Yo quería un punto y final después de nuestro paréntesis.
Creía
que lo tenía muy claro y que era imposible que me hicieras cambiar de opinión. Que
me hubiera gustado gustarte como te gustan sus ojos. O
conseguir temblarte por dentro como te tiembla el mundo cuando ella pasea su
cintura por ahí.
A
lo mejor no soy capaz de descolocarte tanto el presente, porque quizás
las cosas fáciles tienen menos encanto a la hora de jugar.
Pero
tú ya jugaste conmigo y me dejaste en mitad de febrero sin buenas noches.
Ahora no me ilusiono, aunque he de admitir que tenemos dos corazones descosidos a medida. Que sigues teniendo ese nosequé que hace que confíe en ti noseporqué y noséporcuántotiempo.
Ahora no me ilusiono, aunque he de admitir que tenemos dos corazones descosidos a medida. Que sigues teniendo ese nosequé que hace que confíe en ti noseporqué y noséporcuántotiempo.
Pero también me di cuenta de que eras pretéritamente imperfecto, como el verbo besar en la primera persona del plural.
Que
también tienes historias de contrabandos y amores diferidos. Pero que amanecer
contigo es pretéritamente perfecto, como la lluvia que golpea tu coche mientras
nos besamos borrosos, pero conscientes.
Que
después de un paréntesis, escribir otro párrafo, también es bonito.
Que
el tiempo es el que pasa y el que sabe, y a veces, también el que decide.
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