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martes, 26 de noviembre de 2013
Hubieses sido la isla perfecta.
Sólo nos quedaba soñar en aquellas noches, tan frías, o tan solas, tan en las que nosotros nos quedábamos mirando el techo de nuestra habitación, esperando que se hundiese junto a nosotros. Y el tiempo pasando, la madrugada nunca ha dejado de recordar, de morder la herida. Y luego estaban las ojeras. Si hubiese alguna otra forma de salir a tiempo, antes de que el camino se volviese cuesta y nuestras fuerzas fuesen las de otro cuerpo. Si llega el invierno antes que tú, a quién me abrazaré para combatir el frío. O quién evitará la escarcha en mi mirada, la sequedad de mis manos, que ya sólo tocarán el fondo. He sobrevivido hasta hoy, quizá para encontrar una forma más digna de morir mañana, que no sea recordando aquel irreversible retraso que se alargó toda una vida. O eso me parece. Yo te esperaba sin saber si vendrías, o si de venir, si irías a parar a alguna otra parte; a cualquier otra boca. A salvar las ruinas con otro nombre, que también necesitarían la calidez de tus labios. Vivir ha sido siempre un verbo relacionado con necesitar. Y necesitar siempre me ha recordado a ti. Y tú, bueno, siempre me has recordado a las ventanas en los días de lluvia, donde las gotas se estrellaban y descendían. Yo nunca supe bailar bajo la lluvia, y siempre le temí a las tormentas. Debí haberme atrevido a naufragar contra tus brazos. Hubieses sido la isla perfecta.
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