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sábado, 1 de febrero de 2014

Tenía mucho que perder, y perdí.

Sábado noche, vestido negro de encaje, sonrisa roja y los tacones tan altos como mis " yo puedo".
Era la única chica entre miles, no sólo porque estuviese sola, si no porque mis intenciones eran y son diferentes que a las de cualquier otra.
Aquella noche me senté, pedí una copa, o dos, o quizás tres, y sonreí. La gente no se percataba de que mi sonrisa no era para ellos, si no para mi misma.

Jugaba para perder, para perderme y ENCONTRARTE.
Nunca había creído en supersticiones, pero aquella noche jugué a doble o  nada. Me mordía los labios, masticaba los miedos y me agarraba a cualquier cuento que no se convirtiera en historia.
Tenía mucho que perder, y perdí.

Fue entonces cuando me dí cuenta de que buscando no siempre se encuentra, que el azar reparte suerte y no compañía.
Pero también aprendí que el amor no es otra cosa que tener todos los ases debajo de la manga, y querer apostar siempre y únicamente por una misma persona. Aunque sea la única que no quiera jugar.